sábado, 19 de febrero de 2011

LA CASA DE DON BRAULIO


Don Braulio era un hombre de edad avanzada y de pocas palabras. Pocos se hubieran preocupado por preguntarle su edad, era un hecho bien establecido que tenía más años de los que aparentaba. Había visto crecer  cada uno de los árboles de la aldea, árboles que alguna vez fueron semillas que él junto a otros sembraron con la esperanza de verlos alcanzar su tamaño normal. Era uno de los más antiguos que seguían con vida. Se distinguía entre sus vecinos porque durante los crudos inviernos que azotaban la región se lo veía desplazarse contento hacia todas partes, sin que las bajas temperaturas parecieran afectarle en lo más mínimo. Mientras que durante el verano o la primavera era menos frecuente verlo en la calle. Los vecinos que a duras penas y por requisitos de sus tareas dejaban la comodidad de sus hogares durante las tormentas, no salían de su asombro al ver al viejo Braulio caminar con dificultad contra el fuerte viento o la intensa lluvia, sobretodo cuando observaban que en su arrugado rostro se dibujaba una sonrisa serena.

            Era respetado por la gente de la aldea, menos por su vecina. Doña Teresa había edificado una casa contigua a la suya y manifestaba un odio sin precedentes hacia su persona. Se decía que en el pasado habían tenido algún altercado y que desde entonces la señora no dejaba de calumniarlo y hablar en su contra cada vez que tenía alguna  ocasión.

            En una oportunidad, observando a don Braulio por la ventana, doña Teresa le dijo a su marido, quien conociendo el carácter de su señora solía hacer oído sordo a sus comentarios.

- ¡¿Qué tendrá que hacer con este frío ese hombre!? ¡Dios se apiade de su pobre alma! -se santiguaba mientras lo espiaba detrás de las cortinas, y no a gusto con eso abrió la ventana para gritarle- ¡Llamen a un médico, este hombre senil se ha vuelto loco!

A lo que el viejo don Braulio respondió inmutable.

            - Déjeme tranquilo y ocúpese de sus asuntos, que yo estoy mejor que usted.

            - ¡Has visto como me trata, con cuanto desdén se refiere a mi! -exclamó con frenesí- ¡me falta el respeto y no eres capaz de decirle nada! -y en medio de sollozos agregó- ¡¿Por qué… por qué me casé con alguien así?! -llorando y sacando un pañuelo de su bolsillo se secó las lagrimas que aunque quisiera nadie hubiera podido ver.

Su marido, mudo, a espaldas de su señora le hizo reverencia a su vecino, quien le correspondió y siguió hasta el portón de su casa. La mujer siguió profiriendo toda clase de agravios sin conseguir perturbar a nadie y buscando exasperar a su vecino agregó con malevolencia.

- ¡Lo único que falta es que un día de estos caiga muerto frente a mi casa!

Don Braulio sin reparar en ella, ingresando a su casa,  dijo:

- Cómo siga deseándome el mal, bien puede que se vuelva en su contra. -y cerró la puerta tras de sí. Doña Teresa enfurecida y lejos de admitir sus malas intenciones prosiguió responsabilizando a su vecino de todas sus desdichas.
           
            Desde hacía años doña Teresa le había declarado la guerra, pero lo cierto es que nada de esto hubiera llegado tan lejos sino fuera porque don Braulio se negara a venderle unos terrenos de su propiedad varias décadas atrás. En el fondo deseaba que el viejo muriese para, no teniendo éste familia alguna, poder apoderarse de esas tierras por menos que nada. Pero en contra de sus deseos, don Braulio tenía la salud de un roble. No había resfrío ni gripe que lo dejara en la cama, comía con moderación y se tomaba las injurias como quien sabe que no tiene nada de que avergonzarse.

            Un día su vecina enfermó y no hubo medicina que pueda curarla; el médico se aventuró a decir que había enfermado a causa del odio. Sin embargo, años más tarde cuando Don Braulio falleció a causa de su larga vejez, la aldea entera echó de menos su presencia. Poco tiempo después al ser revisada su casa, se encontraron cartas y documentos que lo ligaban directamente con la historia de la fundación de la aldea. Siendo su terreno el lugar dónde se firmó el acuerdo y en cuyo jardín se plantaron las primeras semillas en conmemoración del suceso. También se encontraron entre sus pertenencias documentos de su identidad que daban cuenta del lugar exacto de su nacimiento, una región extremadamente fría, por lo que a partir de ahí resultó más fácil entender porque disfrutaba tanto del invierno. Y lo que se pensó en primera instancia era un error, tras profundizar en las investigaciones se concluyó que don Braulio era más viejo de lo que originalmente se pensaba. Por lo visto había vivido casi el doble de una vida promedio y como si eso fuera poco, había trabajado y llevado una vida digna sin buscar reconocimiento.

            Dado que no se encontró ningún familiar directo, su propiedad fue declarada por el Estado patrimonio de la nación, y preservada como monumento histórico. Hoy la aldea es visitada por personas de otras regiones que encuentran interesante conocer la casa de don Braulio. Hay un guía que conduce a los visitantes y entre los numerosos argumentos que cita, menciona  a modo anecdótico la ira de su vecina quien desconociendo el valor cultural de la propiedad en el pasado se enfureciera al no conseguir que su dueño la venda.

2 comentarios:

  1. Groso Don Braulio!!!
    Me encantó su idea de abrirse un blog, Tomasso!!!!

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  2. Gracias!! Fue idea suya, ¿se acuerda?
    Al fin le hice caso!! jaja
    besos :)

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