viernes, 18 de febrero de 2011

CIUDADES DE NAIPES


En sus sueños, visitaba lugares donde hombrecitos invisibles trabajaban arduamente valiéndose sólo de naipes para construir ciudades gigantes. Cada naipe duplicaba la estatura promedio de estos hombrecitos; se los escuchaba tararear melodías en otro idioma y se los veía transportar escaleras, mejor dicho, se podía ver una escalera en el aire desplazándose de un lugar hacia otro mientras unos pies diminutos dejaban sus huellas en la arena. Levantaban muros altos y modelaban como artesanos cada pieza. A veces, una ráfaga de aire echaba por tierra su labor, pero volvían a comenzar y con mayor ahínco se aseguraban de terminar bien el trabajo. Estos hombrecitos que trabajaban sin cesar eran para Cecilia todo un misterio.

Cecilia era una niña de mediana edad que en comparación con otros, tenía una vida poco singular. Sin embargo, su imaginación la trasportaba a lugares inaccesibles para el común de los demás. Mas este sueño que se repetía noche tras noche, lejos de causar en ella fastidio, le procuraba gran entretenimiento y curiosidad. Se preguntaba si existiría un lugar en la galaxia donde hombrecitos invisibles trabajaran con firmeza construyendo ciudades con naipes. Lo cierto es que existían en sus sueños, de alguna forma los admiraba ya que mostraban a cada paso tener una gran fuerza de voluntad.

Cecilia pasaba muchas horas en el colegio, por momentos tantos conceptos nuevos la aturdían y se desanimaba pensando que no sería capaz de rendir bien los próximos exámenes. Daba vuelta las hojas del cuaderno, revisaba una que otra línea con desgano; le sacaba punta al lápiz; comía alguna golosina; y cuando estaba lejos de poder concentrarse se hundía en sus pensamientos y escapaba de la realidad. Cualquier lugar al que pudiera transportarla su imaginación era mejor que aterrizar en el  tedioso mundo estudiantil que abrazaba nuevos conocimientos y traía mayores responsabilidades.

En verdad pasaba mucho tiempo refugiándose en su imaginación para escapar de lo que la asustaba. Un día mientras esperaba se hiciera la hora de que sus padres la recogieran del colegio, como tantas otras veces se puso a pensar en los hombrecitos invisibles. Sacó de su bolso uno de los cuadernos y empezó a dibujarlos. Inmediatamente se encontró con un problema: no sabía como eran; así que se limitó a dibujar lo que ella veía en sus sueños. Montó grandes filas de naipes, diseño hermosos balcones y dibujó escaleras suspendidas en el aire. Coloreó su dibujo, y por más bonito que lo dejaba sentía que seguía incompleto. Luego de observarlo por un largo rato, y no estando conforme con el resultado, pensó que ya que no podía dibujar a los hombrecitos invisibles, sería mejor dibujarse a si misma. Se dibujó sonriendo, sujetando una escalera, dejando sus huellas en la arena que coloreó con amarrillo.

El resultado final le encantó, se identificó con los hombrecitos invisibles, sintió que podría construir grandes ciudades de naipes en sus sueños; y que en la vida real podría, si tenía buenas razones, encontrar la voluntad para sobrepasar cualquier examen si se preparaba y con ahínco perseveraba para lograrlo. Era suya la elección y dependía sólo de ella tener la disposición para hacerlo.

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