sábado, 19 de febrero de 2011

MODELO ’63


-... ¡Mi taza de café está vacía!

Exclamó con un tono áspero. Al escuchar su voz nuevamente, el mozo lo miró con descontento desde  la barra; dio un par de vueltas murmurando para sí; preparó otro café; caminó hasta al anciano y sin pronunciar una palabra, apoyó la taza sobre la mesa y se llevó la otra; todo esto bajo la atenta supervisión del molesto cliente. Éste, que en ocasiones disfrutaba fastidiando gratuitamente a los demás, tuvo la intención de agregar otro comentario provocativo, vaciló un instante buscando algo sobre que quejarse y cuando quiso acordar, el mozo ya estaba demasiado lejos, inmerso en sus tareas.
El viejo, decepcionado, se inclinó sobre si mismo, apoyó un codo sobre la mesa, tomó con la otra mano el café y se alejó de todo por un buen rato. Con la mirada fija hacia la ventana, veía como desfilaban en una y otra dirección los transeúntes; algunos caminaban despacio, despreocupados; otros en cambio apurados, algo apesadumbrados, había de todo. Se distrajo en sus pensamientos y al hacerlo dejó de llamar la atención de las personas que estaban presentes.
En el bar no dejaban de entrar y de salir distintas personas, pero él no parecía notarlo. De pronto se escuchó un ruido muy fuerte. La gente se alarmó y los más próximos a la puerta salieron corriendo a ver que pasaba.  El anciano se dio cuenta de que algo sucedía, abrió grande los ojos, quiso levantarse de su asiento para saciar su curiosidad, pero viendo que otros habían tenido la misma idea,  consideró mejor quedarse en su sitio, ya que de todos modos se enteraría por terceros de lo que estaba ocurriendo.
La gente no hacía más que hablar con asombro del incidente, un choque a solo algunos metros de allí. Pocos minutos después, un oficial de policía ingresó al bar preguntando por el dueño de un auto.

-Por favor, su atención un momento: Un Ford Falcon gris, número de patente UDZ 496, ¿Alguno de ustedes conoce al dueño? -el anciano sintió que un puñal lo atravesaba por dentro, inmediatamente se levantó de la silla.

-Yo soy el dueño, ¿Por qué? ¿Qué pasó? -mientras caminaba tembloroso hacia el oficial.

-Sígame, será mejor que me acompañe. -El viejo se inquietó, y no demoró en formular sus propias conclusiones.

-¡Me chocaron el auto, lo único que me faltaba! -pensó.

 Saliendo del bar, miró hacia la derecha, donde había dejado su auto un par de horas atrás; lo encontró prácticamente irreconocible, pero muy a su pesar, no cabía duda de que era el suyo. Un autobús había intentado desviar a una persona que cruzó mal la calle, el giro fue tan brusco, que el chofer perdió el control del vehículo y fue a dar contra el Falcon que se encontraba estacionado al otro lado de la calle, arrastrándolo y estampándolo finalmente contra la pared de una antigua casa. Por fortuna no hubo ninguna víctima, solo algunas personas con heridas muy leves, pero el auto quedó completamente destruido.
El viejo se agarró la cabeza, pasó las manos por su rostro, miró con espanto la escena, confuso, desmoralizado. No podía creer lo que estaba viendo, el viejo Falcon que lo acompañaba hacía más de cuarenta años; al que cuidaba como si fuera, y en efecto era, su posesión mas amada, se había convertido en un pedazo de chatarra.
El oficial continuaba hablándole, pero él no le prestaba atención, estaba completamente absorto; no podía tener tanta mala suerte, reflexionaba para sus adentros. Lo mirara por donde lo mirara, el auto ya no tendría arreglo. Sin embargo, a pesar del grave daño, no era difícil para alguien entendido, reconocer que se trataba de un modelo con una trayectoria muy larga.
A su alrededor, y en medio del alboroto, se agolpaba la gente para presenciar lo ocurrido. Le costó salir de ese estado de conmoción, y a juzgar por su edad, había quienes temían que aquel disgusto fuera a provocarle una disfunción cardíaca, o algo por el estilo, en caso que fuera propenso a ello. Le preguntaban si se sentía bien, y como él no les contestaba, intentando por cualquier medio colaborar, le ofrecían palabras de consuelo, ignorando si a él le importaba o no lo que decían.
Ya más tranquilo, al cabo de un rato, retomó la conversación con el oficial que se ocupaba de ponerlo al corriente de los procedimientos; seguramente tendría que tomar su declaración, verificar los hechos, encontrar testigos de lo ocurrido, y demás formalidades que se aplican en estos casos.

-¿Quién se va a hacer cargo de los daños? ¿Tiene alguna idea de lo que este auto es para mí? Es un modelo de colección. ¡Mírelo... esta destrozado! 

-Entiendo hombre, cálmese. Afortunadamente no ocurrió ninguna desgracia. Agradezca que usted no estaba dentro del auto cuando pasó, y que nadie salió herido de gravedad.

El anciano sabía que el hombre tenía razón, pero lo cierto es que para él, ese día había muerto algo, se sentía como si hubiera perdido a un ser querido. Aunque para los demás hubiera sido difícil de comprender, ese auto, de alguna manera, era una parte de él. Quizás el único testigo en pie que le recordaba quien era, y lo que había hecho a lo largo de los años.
Ahora se sentía viejo, más cansado. Estuvo allí hasta que una grúa se llevó lo que quedaba del auto, y el tráfico volvió a reanudarse como si nada hubiera pasado. Se olvidó, esa tarde no volvió al bar a pagar los cafés que había tomado, tampoco nadie se lo reclamó. Se fue a su casa caminando despacio, pero se desvió un par de cuadras hasta llegar al cementerio. Sentía que había perdido un pedazo de su vida, se recostó sobre la hierba junto a la tumba de su esposa, y mientras recordaba se quedó dormido. A la mañana siguiente los guardias lo encontraron debilitado y lo llevaron a un hospital, permaneció internado un par de días; trataron de contactar a algún familiar o amigo, pero no encontraron a nadie.
En el presente, el anciano todavía vive. Se lo sigue viendo de vez en cuando, pero con certeza se sabe muy poco acerca de su vida.

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